La
vocación descentralizadora y municipalista de ëtika se compatibiliza con su
conciencia europeísta. Ahora bien, la Europa que vivimos no es la Europa que ëtika considera adecuada. El deseo de situar a la sociedad civil española en el
centro de atención de toda acción política se proyecta hacia el ciudadano
europeo con naturalidad.
Desde el inicio, el proyecto de Europa ha sido un sueño construido sobre
la paz, la libertad civil, la reconciliación y la cooperación, pero su
desarrollo ha partido de una premisa infundada: la creencia tecnocrática de que
la unificación de los mercados nacionales conciliaría el sentir europeo
disgregado históricamente en las distintas naciones. Las guerras de Irak y
Kosovo son dos claros ejemplos.
La
crisis actual ha evidenciado no sólo la falta de conciencia unitaria europea,
sino que ha entreabierto la secular brecha existente entre la Europa del Norte
y del Sur. Se creyó que el viciado proceso de construcción europea contribuiría
a reducirla. Es obvio que no. Los distintos calendarios de industrialización,
modernización y conquista de la democracia de los países del norte y del sur,
unidos a factores de carácter cultural y, muy especialmente, a rígidas
conciencias nacionales, ha de hacernos conscientes de que la brecha no se
cerrará por el mero transcurso del tiempo.
Quizá los gobiernos nórdicos acaben asumiendo la solidaridad como uno de
los valores en los que se inspira y sin cuya existencia no tiene sentido el 24
proyecto común europeo, ya sea en forma de fondos de cohesión, como se hizo
antaño, ya sea en forma de mutualización de la deuda soberana. Y quizá también
el Sur termine asumiendo como propios los valores y principios que parece haber
dejado atrás. La transferencia de fondos y/o de garantías del Norte habría de
establecerse, necesariamente, sobre la base de la confianza en que el Sur
responderá al compromiso y la responsabilidad de atajar su déficit público.
Pero el proyecto que Europa precisa para reafirmarse ante el mundo y
desde el que afrontar los enormes desafíos del siglo XXI, necesita contar con
la formación de una conciencia etica democratica y valores este es un ideal genuinamente europeo. La
democracia política es la única capaz de jugar, progresivamente, ese papel
unificador, integrando las culturas nacionales mientras preserva su diversidad.
Hoy seguimos persistiendo en el error, al pretender sustituirla, de
nuevo, por la adición de la unión fiscal y financiera a la existente de los
mercados, cuando resulta patente que ha sido la ausencia de democracia en su
entramado institucional la que no ha hecho posible el ideal político europeo.
Buena parte de los vicios nacionales se reproducen en las instituciones
de la Unión. Sin la elección directa por los ciudadanos europeos del Poder Ejecutivo
de la Unión y sin representación de la sociedad ni soberanía en el Parlamento,
la separación entre la política europea y el ciudadano seguirá aumentando, las
luchas fratricidas entre países continuarán monopolizando la agenda y el ideal
y la conciencia europeos deberán esperar mejores tiempos.
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